
No es casual que la metáfora del Titanic emerja con fuerza para expresar la situación actual de la civilización industrial capitalista. La nave más poderosa construida por el ser humano, fundada en una tecnología impresionante, va directa a estrellarse con el iceberg, mientras en la cubierta la primera clase, confiada e ignorante, continúa de fiesta. Bastaría un cambio de rumbo a tiempo para evitar el impacto o, al menos, sus peores consecuencias. Pero sin embargo, parece como si el timón estuviese bloqueado y nos resultase imposible cambiar el rumbo. ¿Por qué nos resulta tan difícil cambiar de rumbo?
En nuestro anterior artículo tratábamos de establecer las bases de la necesidad de aprender a vivir dentro de los límites planetarios. Es necesario, decíamos, para evitar, o reducir al máximo, el sufrimiento social que se derivará del hecho de no hacerlo a tiempo. Hoy, a la luz de lo ocurrido desde que lo escribiera a comienzos de año, repaso algunas circunstancias que nos dan pistas de por qué nos resulta tan difícil hacerlo. Hemos entrado en una guerra en Ucrania, anunciada pero no por ello menos inesperada, y nos ha anticipado una crisis energética tan anunciada como ignorada.
Parece ser una constante permanente: ni los gobiernos, ni los medios de comunicación, ni por consiguiente la opinión pública, parecen atender a las tendencias que se vienen fraguando y que anuncian crisis por estallar. Nos pasó con la crisis inmobiliario financiera de 2008, con la COVID en 2020 y, ahora, con la guerra de Ucrania y su consecuente crisis energética. Y nos va a pasar, si no reaccionamos a tiempo, con la crisis climática.
Tanto los expertos como los organismos internacionales nos advierten con anticipación suficiente, pero no les prestamos atención y las crisis nos pillan con las bragas bajadas, sin cortafuegos financieros, sin mascarillas, sin respiradores, sin renovables, sin política con visión y alcance. Somos cortoplacistas. Vivimos al día. Consumimos las noticias del día. Votamos según el cabreo del día. Consumimos y seguimos consumiendo para seguir manteniendo en funcionamiento la Fábrica, renqueante, que anuncia su inminente colapso.
Veamos algunas noticias de hoy mismo en La Vanguardia, aparentemente inconexas, que nos dan algunas pistas interesantes. En primer lugar, nos sorprende el FMI solicitando un alza temporal de impuestos a las empresa muy lucrativas, las que han obtenido “beneficios excesivos” con la crisis sanitaria. “Es una cuestión de justicia, (ver para creer) mediante redistribución de esfuerzos y costes después de dos años de sufrimientos mayoritarios y crecimientos minoritarios pero muy cuantiosos”.
Mientras el líder de la oposición española vuelve a pedir el apoyo de las clases medias para bajar impuestos, a los ricos, para el organismo garante de la ortodoxia económica es importante hacer lo contrario si queremos evitar empeorar la crisis y sus consecuencias. Hace una semana el informe de Intermond Oxfam nos recordaba con cifras algo que viene siendo una constante. Las crisis traen más desigualdad: mayor pobreza para los pobres, empobrecimiento de las clases medias, beneficios disparatados para los más ricos, los que pueden y saben usar la crisis como oportunidad para enriquecerse aún más.
Me llama la atención el artículo de opinión que se publica justo a su lado, firmado por Andreu Mas-Collel, con el título de “Las Plagas y el reto fiscal”. Vivimos en una cultura judeocristiana y la metáfora de las siete plagas de Egipto nos hace run, run en los oídos. Pero necesitamos mirar más lejos de lo que hace el autor para entender cómo hacer frente a las plagas.
No hay posibilidad de frenar el cambio climático, ni la crisis energética, ni dejar de financiar la guerra de Rusia, sin una drástica reducción del consumo de energía, en paralelo a un rápido desarrollo de las energías renovables, como nos recordó el panel de expertos en el IPCC la semana pasada. El autor ignora la espiral de la energía en la que estamos envueltos. Por la vía del crecimiento no es posible prescindir de los niveles de consumo crecientes de energías fósiles, que ya no podremos tener a bajo precio nunca más, como nos lleva explicando Antonio Turiel desde hace más de una década. Y la energía nuclear no es la solución, no sólo no es rentable, es insuficiente, sus recursos son decrecientes. Es lenta y genera inseguridad en su gestión a corto, medio y larguísimo plazo.
Si extraemos como lección de la guerra que necesitamos mayor inversión en armas y en nucleares, como hace el autor, no vamos a lograr ni paz, ni equilibrio financiero, ni equilibrio climático, ni desde luego justicia social. La paz no se obtiene preparándose para la guerra si no con política de alcance, justo lo que ha faltado en Europa. Con política que siente las bases de la cooperación y la seguridad compartida, sobre bases justas, en un mundo que está al borde del abismo. La política de bloques militares, en un mundo de recursos decrecientes, sólo puede llevar a más guerras por el control geopolítico de los recursos.
Como nos recuerda Virginia Vilariño, también en La Vanguardia hoy, es preciso un cambio drástico a nivel cultural, de hábitos de consumo, para frenar en el escasísimo margen de tiempo disponible, antes de 2025, las emisiones de CO2 y reducir, en muy poco más, antes de 2030, las emisiones a la mitad. Es preciso recordar que pese al acuerdo de Paris y pese a la advertencia del IPCC de 2018, el que diera lugar a las declaraciones de emergencia climática, las emisiones de CO2 siguen creciendo año tras año y el necesario cambio de rumbo no ha empezado.
¿Qué es por tanto lo que nos impide cambiar el rumbo de la nave antes de que se estrelle? ¿Por qué esa inercia que nos lleva a resistirnos al cambio necesario en el modo de alimentarnos, movernos, producir y consumir? Recapitulemos: estamos avisados de las crisis que estamos pasando y las que nos quedan por pasar. Sabemos que para evitarlas necesitaríamos tener un control democrático sobre la situación que hoy no tenemos. No tuvimos ni tenemos capacidad democrática de regular los mercados financieros para evitar que el casino mundial nos lleve de crisis en crisis. En su lugar impusimos recortes sociales a nuestros votantes para financiar a los especuladores responsables de la crisis, salvaguardando sus paraísos fiscales y sus reglas de juego. Así es la democracia que tenemos.
Hoy, no vemos líderes en el horizonte dispuestos a hablar claro y a coger con fuerza el timón para cambiar de rumbo. Ni siquiera parece que sepan bien a qué nos enfrentamos. Parecen seguir confiando en mantener el rumbo del crecimiento. Climáticamente parecen dispuestos a jugárselo todo a unas tecnologías de ciencia ficción que no tenemos. ¡No mires arriba!
No es posible mantener el crecimiento económico en un contexto de altos precios de la energía. Vamos a un contexto de estancamiento económico con inflación, con permanentes subidas y bajadas de precios de la energía. A mayor coste de la energía menor actividad económica y menor consumo de energía. La espiral de la energía nos lleva al descenso inevitable de la actividad económica, de crisis en crisis, con incremento de la desigualdad y de la insostenibilidad política.
La cuestión es que necesitamos hablar claro de que la era del crecimiento económico y el despilfarro de recursos ha terminado, para tener la oportunidad de navegar esas aguas con esperanza de éxito. Podemos negarlo un tiempo, pero no indefinidamente. El populismo nacionalista de extrema derecha se puede alimentar un tiempo de este negacionismo, pero sus patas son muy cortas, no se puede negar la realidad permanentemente.
Hoy ya sabemos que nuestros hijos vivirán en un mundo más difícil que el nuestro y el de nuestros padres. No empeoremos sus posibilidades. Asumamos los límites del crecimiento y aprovechémoslos como oportunidad para fundar las bases de una vida mejor.
¿Por qué es tan difícil cambiar de rumbo a tiempo? ¿En qué se puede fundar la esperanza? Con Edgar Morin la encontramos afirmando que lo improbable es posible y prestando atención a lo que queda fuera de foco.
Necesitamos reconstruir la POLIS. Un gran pacto social para la Gran Transición Socioecológica. Sin mecanismos de redistribución de la riqueza, que cierren la brecha de la desigualdad, vamos un contexto de insostenibilidad política en la que cualquier chispa puede hacer estallar la explosión social. Sin un cambio de rumbo a tiempo este contexto se va a ver agravado por las consecuencias de la crisis climática desbocada.
Cambiar de rumbo significa decir adiós a la sociedad industrial-consumista y entrar en la civilización ecológica, circular, que para ser justa necesita ser profundamente democrática. Para lograrlo necesitamos poner el foco en las minorías sociales que ya están construyendo las bases de esa civilización. Esas minorías, desplegando las velas al viento a favor de la realidad, asumiendo los límites planetarios de la actividad humana, asumiendo que necesitamos cooperar y redistribuir, tienen una oportunidad de crecer y llegar al punto crítico que le permita coger el timón y cambiar el rumbo.
Comentarios
Humberto González Ortiz
20 de abril de 2022Nos toca estar del lado de los que debemos mover el timón amigo para evitar, los icebergs. tarea ardua e improrrogable.
Gracias por tu texto!
Abrazos fraternos!
Esteban de Manuel Jerez
21 de abril de 2022Gracias Humberto, un abrazo
Añadir comentario