
Garfield decididamente no se quería quedar en la calle, debajo de un coche, aunque su madre estuviera allí. Había pasado un día en la casa, seguro, caliente, sintiéndose querido, sabiéndose el centro de atención y había decidido jugárselo todo y cambiar de familia. Sin dejar de maullar, con su maullido más lastimero, el que infaliblemente sabía que te partiría el corazón si lo escuchabas mirándolo a los ojos, daba torpes pero rápidos y decididos pasos para cruzar la calle directo a la puerta, todavía abierta, dónde Elisa contemplaba la escena mientras impedía que Miguel y Guillermo salieran para rescatarlo y devolverlo a casa.
Elisa me pidió dar un paso al frente, salir de la guarida, coger a Garfield y devolverlo a su madre que es dónde le pertenecía estar. Y obediente salí, cogí al gato que maullaba mirándome suplicante con sus infinitos ojos azules, y lo llevé de vuelta al otro lado de la calle y lo dejé, de nuevo, debajo del coche, junto a su madre que lo aguardaba con otros cuatro cachorros.
Sin dejar en ningún momento de suplicar, Garfield volvió a cruzar la calle, a su modo irresistiblemente torpe, hasta alcanzar de nuevo el escalón que se alzaba frente a él cual muro de Berlín, separándolo del hogar seguro y confortable dónde su nueva familia lo esperaba con los brazos abiertos, detrás de las piernas en jarras de la que, sin saberlo todavía, sería su nueva madre.
Por tercera vez Elisa me pidió devolver el gato a su madre. De nuevo lo alcé frente a mis ojos, no resistí su mirada, le di la vuelta, rápidamente crucé la calle y suavemente lo deposité junto a su madre. Como las dos veces anteriores Garfield inmediatamente tomó el camino de vuelta.
No hizo falta que la escena se repitiera otra vez. Cuando Garfield alcanzó la puerta e intentó salvar el escalón que le impedía el acceso, pero no podía porque era demasiado alto y se caía, pero no se daba por vencido y lo volvía a intentar una y otra vez, mientras Miguel y Guillermo no paraban de suplicar a su madre que lo dejara entrar, la resistencia de Elisa cayó, sus defensas cedieron y Garfield entró triunfante, cogido en brazos.
Dos días después entró de forma provisional, mientras le encontraban otra casa, su hermana Chiquita. Guillermo, Miguel y sus amigos se ocuparon de repartir hasta dónde pudieron los cachorros de una madre joven que había hecho su camada un lugar sin futuro, en un boquete en la calzada realizado por la empresa municipal de aguas y saneamiento para renovar la red. Chiquita no volvió a salir de casa. Garfield y Chiquita nos enseñaron cómo formar una familia mixta, humano gatuna, en la que nos correspondería asumir el rol de padre y madre de la familia extendida.
Garfield exploraba y marcaba su territorio a cota de calle y a cota de azotea. Aprendió en seguida a trepar los altos peldaños de la escalera y le gustaba pasar las tardes en mis dominios, en las alturas de la casa, jugando entre mis piernas sentadas en la mesa de dibujo del ático, con la puerta de la azotea abierta, llena de macetas, de salamanquesas y de toda clase de insectos a los que perseguir y aprender a cazar. Como un funambulista recorría las medianeras, invadía propiedades humanas ajenas que quedaban dentro del registro de su propiedad.
Y así, captado en una instantánea, nos lo devolvió Google como un recuerdo salido del túnel del tiempo justamente ayer, años después de su temprana y llorada muerte.
Comentarios
Inma
15 de febrero de 2023Sin duda ese gatito era tan listo como intrépido y supo elegir familia. El relato me parece precioso y lleno de ternura.
Esteban de Manuel Jerez
15 de febrero de 2023me alegro de que te haya gustado Inma, un abrazo
Miguel
16 de febrero de 2023Muy emotivo y simpático tu relato, sobrino!
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